041| Mañana será mañana
"Shogun" se revela como un viaje fascinante a otro mundo y a otra época, construido con la brillante y majestuosa precisión de un orfebre
Bienvenidxs una semana más a una newsletter de “Over the Top”, donde reseñamos en esta ocasión, el primer sobresaliente de este 2024.
Hoy cerramos con este artículo un mes de Abril de corte exclusivamente japonés, que tuvo su prólogo la semana pasada con la publicación del último episodio de nuestro podcast en formato “Plus”, donde Gerard y yo discutimos apasionadamente (él en contra y yo a favor) sobre otra de las series a tener en cuenta este año: “Tokyo Vice”. Aparte, comentamos otras series como “Ripley”, “Fallout” o “Mi reno de peluche”, y hicimos balance de los primeros de días con los anuncios en Prime video.
Si aún no habéis escuchado el episodio, podéis aún hacerlo AQUÍ antes de que lo borremos XD.
Centrándonos ya en "Shogun", resulta complicado recomendar a todo el mundo esta nueva adaptación de la novela de James Clavell, porque aunque se trata de cine con mayúsculas embutido en el formato televisivo (otra serie para ver en la pantalla más grande de la que dispongáis en casa), la mayor parte de los diálogos son en japonés y pasarse el 80% de cada episodio leyendo subtítulos, no es algo a lo que esté dispuesto todo el mundo. Eso, unido a cierto ritmo lento en algunas partes de la narración, y al cúmulo de nombres y rostros que supone adentrarse en este mundo por primera vez, a buen seguro que echará para atrás a más de uno. Aún así, si todo esto no os desanima, ¡estáis de enhorabuena! porque si no habéis disfrutado ya semana a semana con cada entrega de esta joya televisiva, os esperan diez horas de puro disfrute visual y de unas tramas que alternan la minuciosa descripción del Japón del Siglo XVII y las intrigas políticas religiosas, con los giros de guión y traiciones más fascinantes desde que acabara la emisión de “Juego de tronos”.
Por todo eso y mucho más que a continuación os desgranaré, “Shogun” es nuestra primera serie imprescindible de este 2024.
Un Mundo sin fin
Con la firma del Tratado de Tordesillas en 1494, Castilla y Portugal se repartieron el mundo conocido, ese nuevo mundo “sin fin” al que Colón había dado foco, por medio de una raya trazada de polo a polo en pleno Atlántico (a 370 leguas al oeste de las Cabo Verde); quedando de esta forma, el hemisferio oriental para la Corona de Portugal y el hemisferio occidental para los españoles.
Así pues, cuando la historia de “Shogun” arranca en 1600, lo hace en un Japón donde los portugueses acaparan el comercio y campan a sus anchas, edificando iglesias, convirtiendo al catolicismo a muchos de los habitantes de las islas, y teniendo un gran peso en las decisiones políticas del país. Los jesuitas habían llevado al Lejano Oriente junto con sus compatriotas, las armas de fuego y muchos de los adelantos occidentales que tuvieron una enorme trascendencia en el Japón feudal previo al “Período Edo”. Portugal había comprendido en cierta forma, la imposibilidad de colonizar un Japón muy dividido, que era un hervidero de conflictos armados, y decidió sacar provecho de ello a través del comercio (incluido el de esclavos) y a través de la política, estableciendo alianzas estratégicas con distintos señores feudales (“daimyo”) a lo largo del territorio.
“Shogun”, ambientada en este período, es la adaptación de la más conocida novela de James Clavell, que ya había tenido una versión previa (estrenada aquí en España a mediados de los 80) en forma de exitosa miniserie con Richard Chamberlain y Toshiro Mifune. Una novela que narra la ascensión de Tokugawa Ieyasu (en el libro y la serie, Yoshii Toranaga) al poder absoluto, convirtiéndose en el “Shogun” (el único líder militar de Japón) dentro de un “Período Edo” que duró dos siglos y medio, y que trajo cierta paz y prosperidad al país (poniendo fin a un continuo de conflictos y guerras), al igual que trajo el aislacionismo y el cierre de fronteras al resto del mundo. Así hasta la restauración de los emperadores “Meiji”, a mediados del siglo XIX.
El mundo de “Shogun” es pues, un mundo dividido entre católicos que ostentan el monopolio comercial con los nuevos territorios descubiertos, y protestantes que buscan torpedearlo; y que tiene su extensión en el confín más remoto del planeta, donde sus habitantes hacen en ese momento frente a sus propios problemas, tras la muerte del “Taiko” (que había reunificado ya gran parte de Japón). La historia arranca cuando un consejo de regentes (dividido ya de por sí entre católicos y no católicos) gobierna el país, y al que sólo el temor a que uno de ellos se pueda convertir en el único nuevo gobernante de Japón, (el descendiente del “Clan Minowara” y con derecho a terminar siendo “Shogun”), les hace aliarse entre sí contra ese plausible cambio de régimen político y social. Un cambio, que finalmente arrancaría tres años después, tras la legendaria batalla de Sekigahara.
Por lo tanto, cuando la nave “Erasmus” llega a las costas japonesas, los portugueses hacen prisionera a la tripulación y buscan a toda costa hundir la nave, para que no pueda interferir en los planes católicos de expansión por Oriente desde su base china en Macao. Sólo John Blackthorne (basado en el personaje real del Capitán William Adams, que trabajó en Japón para la Corona Británica y para los Países Bajos) se salva de un negro futuro, debido a una ruda franqueza que parece hacerle algún tipo de gracia al otro gran protagonista de la serie, Yoshii Toranaga, el señor feudal en principio víctima del complot del resto de regentes del país.
El Sueño de un sueño
Para mí, el primer acierto de esta nueva adaptación es precisamente ése, el retrato que Justin Marks y Rachel Kondo (el matrimonio de “showrunners” encargados de la misma) hacen de John Blackthorne, lejos del falso retrato de sensible, refinado y culto occidental que hemos visto antes en otras historias similares de europeos/americanos en tierras lejanas. Como cabía esperar de alguien que se dedica al comercio/piratería en los albores del siglo XVII, el protagonista de “Shogun” es rudo, poco o nada leído, fanático de su religión (sin llegar a comprender demasiado lo que ello implica) y falto de unos modales y casi de una cierta inteligencia, que le granjean el desprecio, cuando no la burla directamente de todos aquellos que se cruzan con el pobre “anjin”.
Obsesionado permanentemente con volver a su país (donde ha dejado familia), sabe eso sí, adaptarse a las situaciones con la inocencia y candidez de un niño, y es por ello, susceptible de ser fácilmente manipulado y engañado tanto por Yabushige como por Toranaga, no acertando a comprender nunca su cambio de suerte (atribuible en principio a su pericia con unos cañones que jamás serán utilizados después) y que le erigen en “Hatamoto” (que no es la traducción de mascota, pero podría serlo) de “Toranaga-sama”; siendo premiado por ello con casa propia, consorte, concubina y traductora a su disposición.
Blackthorne son los necesarios ojos occidentales del espectador, que si bien no puede identificarse con las reacciones primarias del piloto de la “Erasmus”, si lo hace en cuanto al choque e inmersión dentro de la cultura japonesa a lo largo de los distintos episodios (sobre todo de los centrales, faisán podrido mediante). No es pues un héroe clásico, sino más bien todo lo contrario; alguien muy tosco y primitivo, que reacciona de forma muy básica, “desde las tripas”, y que se enamora como un adolescente de algo mucho más grande que él, que jamás llega a comprender muy bien del todo. Un hombre nacido para servir, que acepta finalmente su papel en el engranaje de otros como mera forma de supervivencia sin plantearse nada más. Aún así, resulta fascinante sobre todo por creíble (cabe decir que Cosmo Jarvis, borda todos los matices y vulnerabilidades del personaje), frente a retratos más elaborados de otras series y películas, pero que me resultan a la postre, mucho más artificiales.
No podemos hablar por contra, de alguien atormentado, o en duda o conflicto permanente; y quizás por eso mismo, es por lo que acaba integrándose tan bien en una cultura que no es la suya, aceptando a los japoneses tal y como son, sin formalismos, y dejando de lado sus propios deseos. Blackthorne pasa a vivir un vasallaje perpetuo, que si bien podría haber devenido en existencialismo, en su caso se sostendrá en pie para siempre, a través de un sueño incumplido. Un sueño que apenas entrevé, y que se visualiza en una plácida vejez en Inglaterra rodeado de sus nietos, recuerdos en mano, con mil historias que contar desde una posición acomodada; aquella que un buen día salió a buscar a bordo de un barco.
Geografía emocional del Japón
Parece increíble que habiéndose rodado en tierras canadienses, la serie nos ofrezca una geografía tan verosímil de Japón, transmitiéndonos más que unas vistas, un estado de ánimo. El uso en su nivel justo del CGI, y los decorados construidos con la suma dedicación de un orfebre, nos llevan a una geografía emocional de un oriente ignoto, en el que podemos sentir la brisa, el olor de la tierra, o el sabor de la sal del agua que rodea las islas. Las ciudades se sienten tan reales como sus habitantes, todos perfectamente construidos con sus motivaciones y sus sentimientos perfectamente legibles a los ojos del espectador.
Ese es el caso del Señor Ishido, el burócrata que ve su oportunidad para hacerse con el poder, reteniendo a sus rivales tras los muros de una Osaka imponente e inexpugnable; tejiendo sucias maniobras que compran lealtades por miedo a la muerte, mientras por otro lado trata de manipular y concertar un matrimonio que le sirva como ascensor social hacia al poder único. Anclado en una mediocridad que le confiere su propia rigidez.
A su lado la Señora Ochiba, bendecida con un hijo que, siendo único heredero del “Taiko”, le da poder de decisión para elegir bando y ganador en la disputa por el gobierno de la nación. Su difícil situación, en la que no puede equivocarse, debe asegurar el futuro y posición tanto de ella como del heredero; todo ello en un difícil equilibrio en el que tan pronto puede controlar la situación, como puede verse controlada por aquel al que elija apoyar. Una consorte afortunada que aprende pronto a jugar sus cartas, pero que sorprendentemente guarda un fuerte apego emocional hacia aquellos que la acompañaron en su infancia, para con los que guarda una lealtad que sólo aflora cuando el cielo se tiñe de rojo (y que curiosamente sólo Toranaga parece predecir y saber calcular). En un hecho, que hará cambiar su elección y el rumbo de la historia de todo Japón.
En la aldea pesquera de Izu, rodeada de montañas, acantilados y baños termales naturales, se encuentran algunos de los personajes más entrañables de la serie, como el Señor Yabushige. Tan campechano como de cambiantes lealtades, que vive preocupado únicamente por salvar su cabeza y posición, y que es probablemente el único japonés que acaba apreciando a Blackthorne por pura afinidad (ambos son aves rapaces de alas cortas, impulsivos y sencillos, ajenos a las complicadas tramas de otros). Su sobrino Omi, convertido en su sombra y jefe de facto de la aldea en su ausencia, serpentea durante todo el relato para alcanzar una responsabilidad y poder del que se cree merecedor. Para ello, hereda el carácter volátil de su tío en cuanto a servidumbre, y consigue abrirse camino moviéndose en la dirección correcta del viento.
Primero en Izu, y más tarde en una Edo en construcción (la ciudad que en un futuro lejano se acabará llamando Tokio), nos encontramos también a la cortesana Kiku (siempre consciente de cual es su papel y su lugar) y a su patrona, que es por cierto, el primer personaje de la serie que sabe aprovechar su “barrita de tiempo” para jugar con pericia sus bazas (al fin y al cabo, nadie conoce mejor a una araña, que otra araña). Y así, en los barrizales de la futura capital de la nación, hacer que convivan adyacentes iglesia y “casas del té”, en otra de esas maravillosas bromas privadas que Toranaga tiene para con sus vasallos y socios.
Y esa descripción tan detallada que sentimos como real, de lugares y de personas con sus miedos y ambiciones, con sus sueños y problemas, es lo que hace de “Shogun” en buena parte lo que es, más una ventana a otro mundo, que un reflejo dirigido sobre el mismo. Y a pesar de la dificultad de los occidentales para retener nombres y rostros que nos son ajenos, son necesarios muy pocos episodios para que cada uno de ellos se te queden prendidos al corazón. De esta manera es posible que creas conocer y empatizar con la bondad innata del Padre Martín, y a la vez sufrir la contradicción que supone defender los intereses de su iglesia frente a muchos de sus fieles; o que sientas el dolor de Fuji que tuvo que renunciar a su marido e hijo recién nacido y que guarda una enorme gratitud, para aquel a quien tuvo que servir por mandato de su señor (con una redención final en simbiosis absolutamente maravillosa para ambos, sobre esa barca).
Lo que Marks y Kondo por lo tanto consiguen en “Shogun”, muy pocas series lo logran, y más tratándose de un mundo tan alejado del nuestro, geográfica y temporalmente.
Bajo un cielo carmesí
Contaba hace unos días Brian Davids en “The Hollywood Reporter,” que durante la promoción de “Monarch: El legado de los monstruos”, cuando le preguntó a Anna Sawai por su participación recién concluida en el rodaje de “Shogun”, la actriz se echó a llorar. Emocionalmente la serie le había tocado en lo más profundo, al mimetizarse durante meses con su personaje de Toda Mariko y haber terminado recientemente sus últimas escenas en la misma (la serie se rodó en orden cronológico). Y es que Anna Sawai ha sido uno de los mayores descubrimientos de “Shogun”, no sólo por la magnitud del desafío que tenía por delante, sino por la solvencia con la que ha superado el reto, con un nivel interpretativo muy por encima del de el resto de sus trabajos anteriores.
Toda Mariko, o Akechi Mariko (su nombre de soltera, que pronuncia sólo una vez en toda la serie) o incluso la Señora María, como le llaman los jesuitas portugueses, es todo un enigma en sí misma; una caja cerrada y hermética de cara a Blackthorne y por lo tanto al espectador. Sus tres nombres, responden precisamente a esas tres identidades que conforman el personaje: Akechi Mariko es la hija de un traidor, repudiada por todos y con la carga de la vergüenza de no haber podido acompañar a su familia en el “seppuku”, viviendo para siempre en el deshonor junto a un marido al que no ama. Un deshonor relativo, ya que su padre asesinó al “Taiko” acusándole de corrupción, pero haciendo una cierta justicia. Toda Mariko, su apellido de casada, nos refiere precisamente a la vasalla de Toranaga, eternamente agradecida a éste por haberla acogido dentro de su familia y de su círculo más cercano, sin tener en cuenta su procedencia. Por último, el apelativo cristiano de “Señora María” que le dan los jesuitas, es en cierta manera la conversión a nombre católico que denota su propio proceso de entrega a una nueva fe que le da una perspectiva nueva sobre la dignidad humana (hija de un Dios que perdona sus pecados anteriores y familiares, para el que no hay deshonor heredado); y así como conversa, es una devota fiel de su nueva fe y de hacia aquellos que se la han revelado. Tres facetas muy diferentes que conforman su compleja personalidad.
Blackthorne irrumpe en su perfecto y frágilmente equilibrado mundo de lealtades, rompiendo todo lo que ella conocía hasta ahora. Un tanto predispuesta contra él en un principio por sus formas toscas y bárbaras, y por ser un enemigo de su nueva religión, termina siendo su traductora, y su confidente. La razón principal de su unión emocional, se debe a que ella no tiene que comportarse con él como con los demás, ya que al ser “anjin” o extranjero, no la ve con unos ojos contaminados por los códigos sociales y morales impuestos por la sociedad a la que siempre ha pertenecido (él es un elemento ajeno a ésta); Blackthorne la ve tal y como es, una mujer extremadamente bella, sensible, inteligente y noble; una “persona” en todo el significado de la palabra.
La interpretación de Sawai es fascinante. Sus “tempos” a la hora de mirar, de moverse, o su lenguaje corporal, está completamente medido y estudiado, y es la clave del éxito para que el espectador pueda creerse completamente a uno de los personajes femeninos mejor escritos de los últimos tiempos. Un personaje de ficción basado en el de Hosokawa Gracia, la hija convertida al catolicismo del traidor y asesino de un “Taiko”, que en la vida real acabó casada con un prominente “samurai” y arrastró su culpa y vergüenza durante toda su existencia.
Mariko y los afectos que muchos de los que la han conocido le profesan, es la clave de la historia para un desenlace que ella acepta de buen grado, consiguiendo que lo imposible sea posible, e impidiendo una guerra que hubiera arrasado Japón. Es la verdadera heroína de “Shogun”, y protagonista absoluta del probablemente mejor episodio de toda la serie (el noveno). Emocionalmente deja estupefacto al espectador y al resto de personajes de la historia, con un poema incompleto sobre una rama desnuda y una flor que lo es por caer; tejiendo además en torno a sí, muchos hilos del destino de otros personajes, logrando precisamente la armonización y entendimiento de las tres vertientes que conforman su esencia.
El Señor de los Tiempos
El tercer vértice del triangulo sobre el que se sustenta la serie, es precisamente el que da título a la misma: Yoshii Toranaga, señor de Edo, perseguido y víctima de un incansable complot desde que se inicia la serie. Toranaga es un analista frío y calculador, tremendamente cauto y con un aura de “ishtari”, que sólo abre su corazón en el instante decisivo de la serie. Él representa la sabiduría y la justicia, anteponiendo (aparentemente) los intereses de la nación al suyo propio.
Su partida ajedrecística es un maravilloso e intrincado juego de espejos, donde todo es apariencia y tan sólo las sutilezas de la magnífica composición que hace el gran Hiroyuki Sanada, da pistas al espectador de la realidad tras la imagen de un hombre justo que acepta su derrota para no derramar sangre. Un líder que lleva a los suyos a una aparente desesperación y humillación, con el fin de rehuir la confrontación; lo que supone aceptar la derrota y la muerte.
Un hombre de revelaciones sorprendentes, aunque no tanto para quien haya reparado previamente en las escenas donde el Señor de Edo hace volar a su halcón en círculos, para que vuelva finalmente siempre a su mano, aceptando dócilmente la capucha que le oculta la realidad. Eludiendo estos pasajes de cetrería, su secreto mejor guardado deviene en revelación de difícil asimilación, porque en “Shogun” no hay nada demasiado evidente, ni una música estridente o golpe visual o sonoro que marque los difíciles de aceptar giros del guión.
Toranaga es un maestro del manejo de los tiempos durante toda la serie. Calcula cada movimiento de forma exhaustiva, y mueve sus piezas con el sigilo de alguien que conoce perfectamente a todos (allegados y rivales, con sus puntos fuertes y débiles). Su código moral puede que no sea universal, ni el aceptado por el espectador, pero dicta una ejecución brillante, convirtiendo su ambigüedad en un asombroso ejercicio de seducción para los que hemos vivido su evolución durante estas últimas diez semanas. El futuro para él es una posibilidad, el pasado no existe, y solo cuenta el ahora, el siguiente paso. Porque “Mañana será mañana”, y sólo importa el instante presente, esa mirada que denota una debilidad, ese movimiento de hombro que es lenguaje no verbal y que se debe aprovechar por la información que da del otro. En “Shogun” cada instante cuenta, se saborea, se siente y degusta con placer infinito, porque el mañana es un quimera, aunque predecible y repetitivo.
Toranaga es finalmente, un personaje memorable digno de entrar en la galería de las grandes composiciones televisivas de los últimos años, con ejemplos como Tony Soprano, Walter White o Logan Roy. Su oculta complejidad, nos obliga a revisar completamente todo lo que hemos visto sobre él en el pasado, para intentar atisbar una perspectiva ajustada y real de su verdadera magnitud, un ejercicio desolador para todos los que hemos caído rendidos ante su infinita inteligencia y sabiduría.
Durante toda la historia se sirve de Blackthorne, para según entendemos, llevar a cabo su plan (al igual que se sirve del resto de sus amigos y familiares), y es sólo al final cuando atisbamos a comprender la nimiedad de su vínculo, quedando igualmente sorprendidos por lo fácilmente que hemos sido engañados por un inconmensurable maestro de la ocultación y la manipulación. Y en todas estas sutilezas, irremediablemente ajenas a las grandes batallas que todos esperaríamos de una digna sucesora de “Juego de Tronos”, encontramos la excelencia para con esta obra de arte inconmensurable que es “Shogun”.
Persistiendo en la excelencia
Pero “Shogun” no es sólo una adaptación magnífica que engrandece una novela de éxito. Es el relato minucioso que describe un choque de culturas como es la occidental y la oriental en los estertores del siglo de oro español, con una reconstrucción de un mundo preciosista que ha llevado más de cinco años para que cobrara vida ante nuestros ojos. Un choque y convivencia que tiene su punto álgido en los episodios centrales que tienen lugar en Izu, durante la tensa espera, y que obliga a convivir al Hatamoto “anjin” con su traductora, el marido de ésta, y la consorte que le han asignado (con su propio pozo de desesperación). Esa convivencia obligada, nos da un sinfín de momentos memorables, de momentos idílicos, pero también de equívocos y de errores en la traducción y en las actitudes de todos, que constituyen todo un muestrario de aceptación de lo extraño y una lección de esfuerzo por comprender a los otros y no ofenderlos. Simplemente delicioso.
Al lento fluir de la cámara en torno a paisajes y personajes, cabe añadir la iluminación de cada uno de las escenas y la obsesión enfermiza por los detalles. Las clases de dicción para cada personaje, el correcto despliegue del vestuario y colocación de las solapas de los “kimonos” en su forma correcta, y de cada elemento del “atrezzo”, de los movimientos o posturas a la hora de sentarse para no descuidar el rigor histórico, y de infinitos elementos más. Siempre con la ayuda del propio Hiroyuki Sanada (que aquí también es productor ejecutivo y que además ha actuado de asesor histórico), conformando más que una ficción, un viaje a otro tiempo y a otro mundo. El resultado, no sólo ha sido una magnífica obra audiovisual, sino además, un completo tratado de más de 500 páginas de cómo adaptar una historia en el Japón feudal, que probablemente puedan usar futuras adaptaciones cinematográficas o televisivas (tal y como han revelado los creadores en un sinfín de entrevistas).
Y lo mismo pasa en el rocambolesco proceso de escritura del guion, que originalmente era elaborado por Marks y Kondo en inglés, para después ser traducido al japonés con el lenguaje apropiado de los inicios del “Período Edo” por un pequeño ejército de expertos en dicha época; y de vuelta, traducido una vez más al ingles para conformar los correspondientes subtítulos (con su consiguiente traslación a las decenas de idiomas de los países donde se ha estrenado la serie). Un ejercicio de verosimilitud digno de adoración.
“Shogun” por méritos propios no sólo es una obra de arte, sino una de esas piezas televisivas que trascienden del medio para el que han sido creadas. Si superas el handicap de tener que leer subtítulos y adaptarte al ritmo que impone el personaje de Toranaga a la historia, ganas un recompensa de incalculable valor; un conjunto de imágenes y palabras que te atrapan y se quedan dentro de ti para siempre.
Es la mejor serie de este año (a un nivel completamente inalcanzable para el sinfín de medianías que nos tragamos cada semana en las plataformas) y es de obligado visionado para todo aquel seriéfilo que se precie de serlo.
“Shogun” consta de diez episodios ya disponibles en Disney+ (desde 5,99€/mes).
Y hasta aquí la newsletter de hoy.
Espero vuestros comentarios a este artículo, y que me contéis lo que os ha parecido la serie. Igualmente os pido que me ayudéis a difundir y compartir la reseña en redes sociales si os ha gustado, o a comentarla en nuestra comunidad de Telegram.
Un fuerte abrazo a todxs y hasta la semana que viene, en la cual recuperaremos el formato de episodios “Over the Show” de nuestro podcast, con un nuevo colaborador fijo que se unirá a Gerard y a mí en este proyecto.
Maravilloso análisis de una enorme serie. Para mí, los subtítulos tienen todo el sentido del mundo para hacer presente el choque cultural, y acentuar el papel de Mariko como traductora. También me gusta el ritmo que dices lento por momentos, pero que a mí me parecen lo adecuado y coherente con mostrar en la serie una sociedad más ceremonial y diferente a la prisa y vehemencia occidental. Por último, y aunque sé que para ti Toranaga es un villano de libro, al menos no usas esa palabra con él en el artículo y solo lo comparas con otros que si cumplen la definición. Para mí no hay dualidad en él, sino que su estrategia sólo funciona si no pone las cartas sobre la mesa y va utilizando los peones en el tablero o al final a la reina, para ganar la partida. Su herencia, que le permitía aspirar a Shōgun, su experiencia en batallas y su capacidad para la estrategia le permiten ser ese estadista a la altura de lo que llega conseguir. A Blackthorne le permite vivir sin salir de allí porque a diferencia de Yabushige no le traiciona por la espalda, y tampoco puede permitir que salga del país con lo que sabe. Por tanto cierra el tapiz que ha tejido para crear una nueva era en Japón sin guerras durante más de dos siglos y medio, sin ser carne de cañón entre potencias extranjeras con mayor capacidad militar al aislarse. Para mí, toda la admiración a Toranaga, porque ha conseguido lo que quería, y ha sabido aprovechar cada circunstancia interpuesta (como la muerte de su hijo) para usarla a su favor. ¡Toda una delicia leer tu artículo!